En todos nuestros análisis encontramos importantes oportunidades de mejora. Es inevitable, pero el error es tender a pensar que esos problemas son directamente causa de un problema de personas que se soluciona cambiando personas. Casi nunca es así.

Llevo 30 años de experiencia profesional. Los últimos 22 dedicado a la consultoría en el ámbito de los procesos y la gestión. Sé que no hay nada más fácil que identificar problemas en las organizaciones. Hace años, cada vez que empezaba el análisis de una empresa me entraba el miedo de si encontraríamos oportunidades de mejora sustanciales. Ese miedo ya hace tiempo que ha desaparecido.

No hay organización que supere la prueba. Cuando te pones en modo exigente y tienes equipo cualificado para ejercer ese nivel de exigencia, da lo mismo el ámbito que te pongas a trabajar,  encuentras oportunidades de mejora a punta pala.

He trabajado para empresas pequeñas. medianas, grandes y con algunas de las empresas más grandes del mundo. He trabajado en sectores extremadamente exigentes como la automoción (en fabricantes y proveedores, números uno mundiales), en centrales nucleares, en la industria de los aerogeneradores, en farma, en alimentación, en el mundo hospitalario, etc. Cada uno tiene su nivel de exigencia. La tensión por los costes que introduce el consumidor en el sector de la automoción es enorme, pero las regulaciones del Consejo de Seguridad Nuclear y la presión que ejerce sobre las centrales también tensionan la gestión a máximos en este ámbito. Aun así, “en todos lados cuecen habas”.

El problema raramente son las personas, muy raramente. Normalmente son los sistemas. No es raro que después de un análisis haya directivos y consejeros delegados que pidan cabezas. Tampoco es raro que me niegue a servírsela en bandeja de plata. Todos estos años me han permitido comprobar como la complejidad de las organizaciones y su entorno exceden la capacidad de cualquier directivo para mantenerlas funcionando a la perfección. 

“No existe algo llamado “el buen directivo” para el que el viento siempre sople a favor”. 

Hay directivos que hacen todo lo que pueden y que muchas veces no lo hacen mejor porque no les ha hecho falta invertir hasta el último segundo y céntimo en lograr la perfección. Las empresas actúan siempre conforme a la presión competitiva del momento y eso lleva a poner presión y esfuerzos en unos ámbitos y no en otros. En esos ámbitos que no son el foco por ahora, se acumula “la porquería” y puede que de repente un día esa basura salga a la luz por un cambio en las circunstancias, quizás una simple reducción de márgenes (unos márgenes enormes en un segmento de mercado virgen pueden permitir a la mediocridad medrar). Culpabilizar  a las personas no sirve de nada en esta circunstancia tan común, lo único que sirve es arremangarse y ponerse a trabajar.

Por eso casi todas nuestras presentaciones siempre empiezan de la misma manera: “Si en base a lo que le vamos a presentar toma decisiones sobre personas antes de lanzar un proceso de transformación, no podrá contar con nosotros para resolver los problemas que le vamos a poner encima de la mesa”. 

Cualquier organización con el adecuado nivel de problemas y tensión que ello genera convierte a las mejores personas en incompetentes y agresivas. La diferencia entre unos y otros es cual es el nivel de tensión que podemos soportar antes de sacar lo peor que llevamos dentro. Si alguien arregla los problemas sistémicos, de repente las personas pasamos a funcionar de manera diferente.

El propio sentimiento de culpabilidad ante una circunstancia que aparentemente escapa de nuestro control es lo que nos hace buscar culpables para salvar nuestro ego o, quizás, para simplemente mantener una cierta sensación de que comprendemos lo que pasa, evitando así  entrar en pánico y logrando salvaguardar nuestra cordura. Mala estrategia.

Fernando Gastón

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