Inteligencia, educación y trabajo.
No tengo recuerdos especialmente felices de mis tiempos en el colegio, ni de los profesores, ni de las clases ni de los compañeros. Cuando me remonto a mi periodo académico, mis recuerdos son más bien negativos. A los que me conocen les chocará cuando lean esto, ellos me ven como una persona sociable, alegre, positiva y a la que es muy difícil sacar de su situación de equilibrio. No creo que nadie me considere un amargado a pesar de lo que voy a contar.
En el colegio no era raro que fuese el blanco de otros chavales que pretendían reforzar su autoestima a base de la mía. La vida es así, mucho lobo alimentándose de la autoestima de los demás, depredación en todo caso. Un chaval tirando a retraído, que no jugaba al fútbol, que acostumbraba a resolver de cabeza los problemas que el profesor planteaba y que incluso en ocasiones corregía al profesor, el típico rarillo. No era el perfil adecuado para ser un tipo popular. Y a muchos chavales no les molesta nada más que el que no seas parte de la manada y que no te sometas a las directrices de la facción dominante del momento. Eso tenía sus consecuencias en forma de insultos, intentos de humillación, etc. En clase me aburría soberanamente y eso me llevaba a buscarme entretenimiento por mi cuenta, lo que incluía hacer puntería con mi bolígrafo como cerbatana, diseñar nuevos modelos de avión de papel, hacer caricaturas de los profesores o simplemente desconectar. Esto frecuentemente terminaba en castigos de lo más variado. Por otro lado, las buenas notas que conseguía sin apenas esforzarme me concedían una cierta protección frente al profesorado.
Durante la carrera el entorno se vuelve más llevadero y la gente con la que te rodeas en la vida se parece un poco más a ti. En clase me seguía aburriendo, pero en la universidad tenía alternativa, los bares de montones de facultades y escuelas y la mesa de ping pong de la escuela de telecos. Las notas siguen siendo buenas a pesar de ir solo a clases seleccionadas y me gradúo con matrícula de honor en mi proyecto final de carrera; creo que fue la primera cosa a la que verdaderamente me había dedicado con empeño en. Una autoestima débil es un enorme agujero por el que se escapan tus fuerzas, la sensación de que hagas lo que hagas no vas a conseguir nada porque no lo vales, te lleva a dosificarte, te ajustas al máximo a las leyes de la termodinámica y realizas el mínimo esfuerzo en cualquier tarea a la que te enfrentes. ¿Si no vales, qué más da que te esfuerces?
Tras entrar a trabajar en Andersen Consulting, donde parecía que era bien valorado a pesar de mis corbatas, empecé el MBA del IESE. Esos dos años me sirvieron para armar un modelo mental sobre cómo debían funcionar las organizaciones. Juan Antonio Pérez López y su modelo de persona constituían la base. Desgraciadamente, al terminar el máster, volví al mundo de la empresa con nuevas ambiciones para descubrir que la gente se mueve en el mundo de la empresa con modelos mentales sobre cómo deben ser las cosas muy sencillitos. Mi desencaje con el entorno gracias a todo el conocimiento acumulado alcanzaba cotas nunca antes vividas por mí.
Hablaba un idioma distinto al del resto de las personas, las palabras en el mundo de la gestión tenían diferente significado para mí que para mi entorno, y en esas circunstancias era difícil subsistir. Sobre esto ya había escrito.
A partir de ahí empezó mi drama profesional y un nuevo acelerón en el deterioro de mi autoestima. Un trabajo detrás de otro, un rosario de jefes con los que no estaba a gusto y que acababan intentando imponerse a base de jerarquía, siendo yo incapaz de asumir directrices que juzgaba como inadecuadas. Mi último trabajo por cuenta ajena concluyó con un “calla, haz lo que se te dice y deja ya de discutir”. Desde entonces trabajo en construir mi propio entorno profesional con el que sentirme a gusto.
A estas alturas de la fiesta mi visión más general del mundo de la empresa es una enorme colección de EGOS luchando por alimentarse a costa de los demás, a grandes rasgos no muy diferente a lo que había vivido en el colegio, solo que 20 años más tarde y con mi amor propio por los suelos. Sientes que eres un inútil, por no decir imbécil, que te va a ser imposible encontrar tu hueco, te sientes desesperanzado. Hasta que un día, en un suplemento dominical, leo un artículo sobre una asociación, MENSA. No recuerdo exactamente el titular pero decía algo así como “Si eres capaz de resolver este test en menos de 5 minutos podrías entrar en Mensa”. Dos minutos y el test estaba resuelto, me pareció sospechosamente fácil. Al cabo de unos meses era miembro de Mensa y se había producido un punto de inflexión en mi vida.
Para entrar en Mensa basta con acreditar que estás dentro del 2% de la población con mayor coeficiente de inteligencia. Una vez dentro encuentras a un montón de personas que han pasado por lo mismo que tú y descubres que muchas de las cosas desagradables que te han pasado a lo largo de la vida parecen estar relacionadas con el hecho de poseer una gran inteligencia.
¿Cómo puede ser que ser especialmente inteligente sea un problema en la vida?
¿Cómo es que eso no solo te puede pasar factura en el colegio, sino también en el mundo de la empresa?
¿Cómo puede ser que el entorno te haga sentir que eres imbécil cuando resulta que eres lo contrario?
¿Cómo es que el mundo de la empresa tiene barreras a que la inteligencia sea de utilidad?
¿Cómo es que un exceso de lo que nos hace diferentes al resto de las especies nos hace peores dentro de nuestra especie?
Acabo de iniciar un proyecto de investigación junto con el Centro de Investigación ICFW del IESE y el apoyo de Mensa. El objeto de este proyecto es ayudar a las empresas a sacar lo mejor de los individuos que forman parte de ellas y que disponen de altas capacidades intelectuales, respondiendo a los anteriores interrogantes. No puede ser que en tu organización dispongas de un recurso de este tipo y no lo sepas o que ni tan siquiera te plantees cómo sacar mayor rendimiento de él. Por otro lado el individuo de altas capacidades intelectuales debe ser consciente de las limitaciones que derivan de serlo, la dificultad para comunicarse la primera, y sobre cómo aprender a superar las barreras que supone esa capacidad. Si alguien ha seguido un proceso en la vida similar al mío no es raro que se plante a trabajar en una empresa con la autoestima baja, y eso es una fuente de problemas. Una autoestima baja, quizás derivada de un modelo de escolarización que no ha tenido en cuenta tu singularidad intelectual, te dificultará ser parte del equipo, adoptarás actitudes defensivas ante las críticas, buscarás reforzar tu autoestima imponiéndote cuando sientas que tus argumentos se agotan, acabará convirtiéndote en alguien intolerante.
A la mayor parte de la gente le resulta contraintuitivo que la sobreinteligencia pueda ser un problema y ven a Mensa como una panda de estirados que están por encima de la sociedad y no como un conjunto de individuos que comparten algo y que , entre otras cosas, se apoyan mutuamente.
No es raro que la pertenencia a Mensa sea ocultada, pues tiende a generar actitudes defensivas en los demás derivadas de esa característica que nos une. Proyectos como el que estoy iniciando han de servir para romper con esos prejuicios y hacer que la sociedad sea un poco mejor, por ello también he decidido, como nos gusta decir en Mensa, salir del armario.
Director General de Improva.
Responsable de Comunicación y Relaciones Institucionales de Mensa España.