En un presente casi distópico en el que la velocidad nos lleva a todos con la lengua fuera, no podemos cometer el error de eliminar nuestros procesos de reflexión y de toma de decisiones. Avanzar en la dirección equivocada tiene un coste mayor que parar unos segundos a mirar.
“En 2025, las tareas estarán repartidas al 50% entre personas y robots. Desaparecerán 85 millones de empleos y 97 millones de nuevos puestos de trabajo están por emerger”.
Este dato espectacular se hacía eco entre los asistentes de la edición de 2020 del Foro Económico Mundial Davos. Reconozco que me sorprendí al leerlo. No por la parte de los empleos que desaparecerán, sino por la parte de empleos que aparecerán. Estamos acostumbrados a leer una y otra vez, en todo tipo de medios, que el desarrollo tecnológico nos va a costar nuestros empleos. ¿Y la otra cara de la moneda?
En el mismo Foro Económico Mundial Davos, en su edición de 2018, se afirmaba con rotundidad que el 65% de las profesiones que existirán en 20 años, no existe hoy. El avance y el desarrollo tecnológico no van de destrucción ni de declive, van de transformación.
La transformación tecnológica es transformación cultural, y vivimos en un momento en el que la velocidad lo es todo. Por poner un orden de magnitud, en un minuto se suben 400 horas de video a Youtube, se escriben 473.400 tweets en Twitter, se publican 49.380 fotos en Instagram y un largo etcétera. Pero pese a ello, algunos asuntos siguen requiriendo tiempo, maduración y reflexión. El viejo dicho “vísteme despacio que tengo prisa” ahora es de más aplicación que nunca. ¿O alguien pretende conseguir en 15 minutos en el microondas las lentejas que hacía su madre?
En las compañías se da un fenómeno combinado de “subirse al carro de la transformación tecnológica” y de “hay que hacerlo ya, como sea”. El resultado son numerosas empresas con proyectos, herramientas y cacharros de todo tipo que han costado un dineral y que nadie entiende muy bien qué impacto positivo ha podido tener su uso. Esto ha ocurrido porque alguien llamó a la puerta de la compañía en el momento oportuno para vender su solución ideal. Y ojo, que no critico esas soluciones, lo que digo es que el mercado está hasta arriba de posibles soluciones tecnológicas y de digitalización, y no todas son útiles para todas las empresas.
Como en cada paso que se da en una compañía, habría que hacerse una serie de preguntas:
¿Esto favorece la consecución de mis objetivos?
¿Lo favorece más que otras alternativas?
¿Mi equipo va a sacarle partido?
¿Qué necesito para llevarlo a cabo?
Si reflexionamos desde esta perspectiva, veremos que algunas máximas y verdades absolutas alrededor de la transformación tecnológica en las compañías no son tan absolutas.
CON TECNOLOGÍA OPTIMIZAREMOS NUESTROS PROCESOS.
No hace mucho trabajé en una compañía que recientemente había cambiado su rudimentario sistema de gestión a un ERP mucho más moderno. Ellos venían de una opción de desarrollo propio y se lanzaron a una solución estandarizada. Su implantación se hizo sin revisar y ajustar todos los procesos de la compañía y sin formar al equipo, así que el año siguiente a ese cambio supuso un drama absoluto para los trabajadores, los clientes y la cuenta de resultados. Con el tiempo la situación se estabilizó, pero todavía hoy se siguen repitiendo procesos y puenteando partes del sistema. El sistema implantado no agilizó sus procesos, sino que los dificultó enormemente. Faltó análisis y gestión del cambio.
CON DIGITALIZACIÓN GANAREMOS COMPETITIVIDAD.
Recuerdo una compañía de transporte de mercancías que había desarrollado una potente solución para gestionar rutas y pedidos. Su sistema optimizaba los recursos muy dignamente, pero tenía un problema, y es que restaba flexibilidad para atender a las peticiones de clientes que no llegaban en los formatos necesarios y con la información que la herramienta precisaba. El resultado fue que numerosos clientes percibieron el cambio como una imposición a su forma de trabajar y una pérdida de flexibilidad. Evidentemente, hubo un problema de comunicación y también una falta de orientación al cliente.
CON UNA HERRAMIENTA COLABORATIVA MEJORARÁ NUESTRA COMUNICACIÓN.
Un amigo dirige una agencia de diseño que estaba acostumbrada a trabajar presencialmente antes del COVID. Como ya trabajaban con equipos portátiles y usaban una herramienta colaborativa, no les dio miedo ninguno pasar a la modalidad de teletrabajo en pleno confinamiento. A nivel operativo fue sencillo, pero la comunicación cercana y personal del día a día se convirtió en peticiones secas y tajantes de acciones necesarias y una pequeña reunión de coordinación semanal. En pocos meses el ambiente se había enrarecido y cada día surgían malentendidos entre miembros del equipo. El problema fue supeditar todas las dinámicas de la comunicación de un equipo al formato de una herramienta concreta.
En definitiva, y como se ha dicho hasta la saciedad, estamos viviendo un cambio de época a una velocidad descomunal. Es abrumador, sí, pero no hay que perder la cabeza. El cambio implica que algunas cosas dejan de ser como son (o incluso desaparecen), mientras que otras ven la luz. Y, si no queremos descolgarnos, tenemos que sumarnos rápidamente, ¡pero con cabeza! Pensemos primero en qué problemas tengo a nivel interno y qué necesitan mis clientes para, a continuación, desplegar un plan de acción en el que tengan cabida las soluciones tecnológicas y de digitalización necesarias. Podemos permitirnos reflexionar unos días, pero no podemos permitirnos lanzar un proyecto de meses y miles de euros que no haya servido por nada.