En Improva llevamos años teletrabajando con diferentes intensidades y niveles de profundidad. De hecho, desarrollamos nuestra propia plataforma colaborativa (en realidad es más que eso) porque ninguna en el mercado respondía a las necesidades que considerábamos fundamentales en nuestra interacción y con la de los clientes.
Cuando teletrabajamos no solo perdemos de vista los compañeros y perdemos ese componente de socialización que se da en la oficina. ¡Los contextos cambian! Y eso es mucho más importante de lo que pensamos. Como dice Kahneman, para tomar una decisión en muchas ocasiones tiene más importancia lo que nos ha ocurrido en los últimos 5 minutos que todos los conocimientos que tenemos acumulados de toda una vida.
Se producen multitud de situaciones que marcan la trayectoria de nuestra actividad. Vas andando por la oficina, te encuentras con alguien en la máquina de café y mantienes una reunión informal, de repente recuerdas un asunto que tenías olvidado y que un fugaz encuentro ha reavivado.
También se nos ocurren cosas que hacer a resultas de un encuentro fortuito en un pasillo, o una conversación informal con alguien del equipo nos inspira, incluso su olor es inspirador. El entorno de la oficina es variable, hay ruidos e interrupciones y esa variabilidad es rica en colores, tonos… todo ello hace que nuestro cerebro permanezca estimulado.
Algunas mini reuniones surgen espontáneamente, ni lo llamaría reuniones, son encuentros en los que con una pizarra delante y unos rotuladores compartimos ideas, creamos y vivimos microformaciones. Pueden llegar a ser 15 minutos intensos y llenos de contenidos. El flujo de experiencias en conocimientos.
En la oficina no solo compartimos virus, la vida en la oficina constituye un continuo intercambio de ideas, emociones, sensaciones, conocimientos… Y las herramientas digitales están bien, pero llegan a dónde llegan, pero sobre todo“Se usan como se usan”.
Trabajar de vez en cuando desde casa es muy diferente que trabajar todo el equipo todo el día desde casa. Para lo segundo la gente no está preparada, pero los directivos lo están mucho menos.
En la oficina el director tiene a sus equipos bajo un cierto control visual. Aunque tiene reuniones periódicas, en el día a día se entera de muchas cosas.
Los encuentros informales proporcionan mucha información. Se perciben las tensiones entre personas del equipo, entre otros estímulos que permanecen en el ambiente. Aunque para el personal de estructura y de gestión no existen grandes mecanismos que permitan gestionar su eficiencia y productividad, los directivos tenemos esa sensación de que se trabaja.
Los equipos trabajan en muchísimas tareas y proyectos simultáneos, hasta tal punto que el jefe no es capaz de conocer de qué se está encargando cada uno. Por eso, las preguntas que surgen en los pasillos le orientan mucho. Pregunta de manera informal por un tema que acaba de recordar y la intuición le dice que van avanzando, aunque no tienen una medida objetiva de nada.
En remoto la falta de contacto visual nos va a limitar mucho. Sin embargo, se trata de un método que debemos aprender a integrar en nuestra vida laboral. Para sacarle el máximo rendimiento es imprescindible establecer un plan formal que nos comprometa a cumplir objetivos concretos, así como una serie de medidas y herramientas de gestión adecuadas a cada situación.
Aunque el “teletrabajo haya llegado para quedarse” y, en muchos sectores y empresas sea una alternativa óptima de trabajo, bien es cierto que deberíamos encontrar un equilibrio entre trabajo presencial y remoto. De esta manera, los equipos de trabajo, las relaciones con compañeros y directivos será mucho más cercana y humana, hallaremos soluciones ante los problemas que puedan surgir y, además, seremos más productivos y eficaces en el horario laboral.