La flexibilidad debe formar parte de nuestros procesos para garantizar siempre nuestra capacidad de adaptación.
Uno de los primeros pasos para poder ayudar a una organización es, como ya habrán sospechado, entender a fondo su funcionamiento. La pregunta que más repetimos en un análisis en profundidad es “por qué”. Parecemos niños en plena etapa preguntona: y por qué, y por qué, y por qué.
En nuestro día a día tratamos con numerosas empresas. Dentro de ellas, hablamos con muchísimas personas en diferentes puestos de trabajo, pero la madurez de la organización se percibe a todos los niveles. En las organizaciones reactivas y con procesos poco definidos, no es raro que la respuesta a muchos por qué sea simplemente “porque siempre se ha hecho así”. Esta es la peor respuesta que puedes dar a un por qué.
Cuando hacemos algo porque siempre lo hemos hecho así, estamos gritando a los cuatro vientos que nuestra capacidad de adaptación es escasa, que nuestra voluntad de mejora brilla por su ausencia y que nuestro conocimiento de nuestros propios procesos es, cómo decirlo, nulo. ¿Cómo podemos hacer algo siempre igual en un entorno que cambia a una velocidad vertiginosa?
Lo cierto es que nos acomodamos, tendemos a la estabilidad y nos escudamos con construcciones falaces del tipo “si algo funciona, ¿para qué lo voy a cambiar?” Bueno, quizá porque puede funcionar mejor. Obviamente hay que invertir esfuerzo en aquellos procesos que más potencial de mejora tienen, y no podemos volvernos locos cambiando de rumbo cada semana, pero sí que podemos estar ojo avizor a las señales que nuestro entorno nos manda. Podemos observar nuestros resultados, podemos estudiar qué hacen otros en nuestras circunstancias, podemos reflexionar sobre por qué actuamos como actuamos e incluso imagina otras formas de hacer lo mismo que ya estamos haciendo.
¿Y cómo encaja todo esto en la agenda de los gurúes de los procedimientos y los manuales? ¿Cómo les decimos que sus guías tienen la fecha de caducidad de un yogur? Pues la respuesta no es tan compleja: hay que crear modelos robustos con un gran margen de flexibilidad. La flexibilidad debe formar parte de nuestros procesos. El margen subjetivo de los procesos no debe quedar a criterio, casi azaroso, del estado de ánimo de quien lo desarrolle en cada momento, sino que debe ser uno de los puntos fuertes del modelo.
Quizá los adictos al control se sientan abrumados ante la posibilidad de que algo no salga exactamente como estaba previsto, pero a esas personas, con las que me siento muy identificado, solo puedo decirles que, amigos, cada suceso viene afectado por tal número de variables, que es completamente imposible prever lo que va a ocurrir. Como mucho podremos trabajar con futuros probables, y sobre esos futuros probables debemos decidir.
Todo esto se aplica a diario en Improva, abordamos cada proyecto sabiendo que será diferente a todo lo que hemos visto anteriormente, y será el conjunto de nuestras experiencias acumuladas y nuestra capacidad de análisis lo que nos permita obtener grandes resultados. De hecho, es uno de nuestros rasgos más diferenciales: no utilizamos respuestas de manual.
Y así, tras un paréntesis para tomar aire, nos reincorporamos. Trabajando con clientes de siempre y abordando proyectos con nuevas organizaciones que nos han abierto sus puertas; adquiriendo nuevos conocimientos fruto de formación, experiencia y nuevos partners; con nuevas incorporaciones al equipo que enriquecen nuestra visión. En definitiva, con el mismo espíritu de siempre, pero cambiando día a día. ¡Sigamos adelante!