El vertiginoso auge de los patinetes eléctricos es fruto de la apuesta por la micromovilidad a precios reducidos en un entorno donde la congestión es un problema.

En septiembre de 2017, Bird, la empresa estadounidense de patinetes eléctricos compartidos, lanzó su primera operación en la ciudad de Santa Mónica, California. Apenas dos años desde entonces, los patinetes eléctricos se han convertido en una súbita revolución global para la movilidad urbana, proliferándose en centenares de ciudades mediante la rápida aparición de empresas de e-scooter sharing (Lime, Tier, y Scoot, entre otras).

Las empresas de patinetes compartidos han logrado instalarse mediante la combinación de aplicaciones móviles habilitadas por GPS y pagos automáticos. Para los usuarios, el coste suele ser menor que un boleto de autobús o metro, con mayor velocidad y comodidad que una bicicleta: los patinetes permiten viajar de pie a alrededor de 20 km por hora.

Con estas características, se estima que el mercado global de patinetes eléctricos podría ascender a los 40 mil millones de dólares (36.2 mil millones de euros) para el 2030.

Fabricantes como Audi y Hyundai se preparan para lanzar sus propios patinetes eléctricos, ya que la coyuntura en muchísimos mercados es favorable.

Aparte de su capacidad conectiva para viajes cortos entre nodos de transporte público o desde aparcamientos, la frustración por la congestión vehicular es otro motivo por el cual este medio de micro movilidad ha logrado una adopción masiva en poco tiempo.

No obstante, el éxito repentino de los patinetes también ha expuesto la antigüedad de los marcos regulatorios para habilitar la micromovilidad en las ciudades, lo que implica un tremendo esfuerzo para implementar normativas que promuevan el uso adecuado de estos patinetes. Al ser más veloces y compactos que una bicicleta, su uso a gran escala ha desatado un número de críticas relacionadas con accidentes en vías vehiculares y peatonales, así como discusiones sobre los espacios donde los patinetes pueden circular, aparcar y recargar.

También existen dudas sobre la verdadera sostenibilidad ambiental de los patinetes: son vehículos de bajas emisiones en las vías, pero todavía poco “verdes” en su ciclo de vida útil, incluyendo su fabricación, materiales y mantenimiento.

Por ende, no es de extrañar que la regulación para patinetes haya adquirido mayor importancia como tema de política pública en transporte. En mayo de este año, el gobierno federal de Alemania implementó varias normas como edad mínima de 14 años para usar un patinete, frenos independientes y luces obligatorias, así como un tope de velocidad máxima de 20 km/h. Pero son las ciudades las que serán responsables de otorgar licencias para operadores que cumplan con requisitos municipales, además de supervisar el uso y aparcamiento de patinetes en zonas permitidas.

No se trata solo de multar infractores: a la hora de apostar por la micromovilidad, las ciudades también deben aprovechar la generación de datos para que los patinetes encajen con su planificación urbana. Esto permitiría una mejor gestión de los carriles de bici y espacios permitidos para los patinetes. Por ejemplo, nuevas tecnologías como el “geofencing” aprovecharían estos datos para que el patinete programe su aparcamiento sólo en zonas permitidas y limite su velocidad máxima en carriles y pasos de forma automática.

Tras dos años de crecimiento exponencial, es claro que este modo de transporte será determinante en los debates sobre la “última milla” y las relaciones entre ayuntamientos y operadores. Aún con tantas aristas y retos por delante, los patinetes eléctricos presentan una oportunidad para reducir la congestión vehicular y mejorar las conexiones multimodales, potenciando la demanda para la micromovilidad ante usuarios cada vez más receptivos a la disrupción.

Todos estos factores deben de tenerse en cuenta desde cualquier empresa que se dedique a la movilidad de personas (directa o indirectamente), pues su impacto en el mercado y en el comportamiento del consumidor es ya tangible y creciente. La pregunta es: ¿a qué esperan muchos actores del sector para actuar en consecuencia?

 

David Ortega y Andrés Vedova

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