A menudo oímos referencias a que uno u otro político no tiene experiencia. Esa afirmación lleva implícita un menosprecio absoluto hacia numerosas labores de gran valor fuera del ámbito profesional privado.
Hace un rato leía en redes sociales a un numeroso colectivo poniendo a parir a una política. El argumento básico es: “Esta mujer no ha trabajado nunca”. Es un argumento frecuente, se utiliza como un “ad hominem“ genérico para atacar a cualquier político que no es de nuestra cuerda. No pretende defenderla a ella ni a su ideología, no porque no la comparta, sino porque no tengo necesidad de entrar en ello, pues esto sería de aplicación a cualquiera que haya hecho carrera política en partidos de cualquier signo. Lo que si pretendo atacar es un par de premisas básicas que circulan por las redes de la mano de supuestos adalides de la intelectualidad:
Que la medida de tu competencia para un puesto de gestión la marcan tus estudios y el nivel que ocupas en la jerarquía
Que trabajar en una organización política no es un trabajo.
Hace años que explico a mis clientes que la máxima capacidad de gestión no está en el consejo de administración sino en las líneas de producción, en una moto repartiendo pizzas o en un taller apretando tuercas.
Las personas que sobreviven y sacan adelante a su familia con tan solo un par de salarios básicos son unos auténticos cracks. Con un presupuesto mínimo, controlando el gasto y gestionando sus mínimas inversiones, sacan un rendimiento a sus pobres ingresos espectacular:
Comen y cenan caliente, por supuesto.
Tienen coche.
Se van de vacaciones.
Consiguen que sus hijos completen sus estudios.
Hasta son capaces de disfrutar de sus vidas, más que dignas, a pesar del terror que provoca el ir siempre al límite y tener la sensación de que en cualquier momento podrían perder lo poco que tienen.
Y todo ello lo consiguen:
Planificando cualquier actividad y su presupuesto, pues no se pueden permitir incumplirlo.
Controlando sistemáticamente hasta el último céntimo de gasto.
Buscando el proveedor óptimo para cada alimento o necesidad generada por la vida diaria.
Educando a sus hijos en la austeridad.
Apagando las luces cuando no son necesarias.
Gestionan el stress que supone que sus presupuestos siempre vayan al límite y que con ello no se están jugando el futuro de los trabajadores, sino el de sus hijos. Ni punto de comparación con el estrés que sufre el CEO con un salario de 7 cifras.
Aunque no tengan un MBA, gestionan como el que más.
Como militante de partido político y en contacto directo con miembros de sus ejecutivas, soy testigo directo de profesionales de la política que, sin haber trabajado nunca en el mundo de la empresa o en instituciones públicas, tienen una capacidad enorme de gestión. Gente sin estudios cuya carrera profesional siempre ha girado alrededor de la política. Para estas personas:
La naturaleza de las actividades desarrolladas no difiere de las que se desarrollan en cualquier organización: todas relacionadas con perseguir objetivos.
Las competencias requeridas son exactamente las mismas que en cualquier otra organización.
Las organizaciones dedicadas a la política:
Son excelentes en el despliegue de estrategias.
Tienen equipos de trabajo que desarrollan proyectos internos. Los proyectos se planifican se organizan, se hacen reuniones de seguimiento, etc.
Se gestionan presupuestos para conseguir cumplir con los objetivos que se tienen, ya sean lanzar una actividad nueva o ganar unas elecciones.
Existen luchas de poder como en cualquier organización empresarial de determinada dimensión.
Existen problemas internos que tienen que ser resueltos y personas que toman decisiones al respecto.
Y las competencias necesarias para tirar adelante todas estas actividades son exactamente las mismas que en cualquier organización:
Capacidad de comunicación.
Capacidad para escuchar.
Capacidad de gestión.
Habilidades emocionales.
Atención al detalle.
Capacidad de análisis.
Aunque no tengan EXPERIENCIA EN EMPRESA gestionan como el que más.
Durante parte de mi vida profesional, con cerca de 30 años de experiencia, pensé que mi trabajo de consultoría solo lo podía desarrollar con ingenieros con su MBA, supongo que mi ego me llevaba a ello. Afortunadamente, a lo largo de mi vida a mi ego lo he ido matando a palos y ha dejado espacio para ir desarrollando una cada vez más sana autoestima.
He trabajado con excelentes profesionales sin estudios o estudios no “súper superiores” pero con competencias más que remarcables. Personas que me han sorprendido gratamente. Personas extremadamente inteligentes o con habilidades emocionales a un nivel que se sale de las tablas que conseguían resultaos extraordinarios si le enfrentabas a desafíos en lo que esas competencias eran críticas y les facilitabas apoyo en aquellos ámbitos en que sus competencias alcanzaban un límite. Indefectiblemente esos límites se van alejando.
Lamentablemente, también me he encontrado a muchas de estas personas que tras años de presión social derivados del argumento “Las personas de valía tienen que tener estudios lo más superiores posibles y experiencia en las organizaciones más “guays” posibles”, tenían grietas en su autoestima. Es una grieta que personas con pocos escrúpulos aprovecharán para hundirles y alimentar su propio ego, pues no hay mejor alimento para el ego que la autoestima de los demás.
Es estúpido pensar por defecto que una persona que haya alcanzado una determinada jerarquía en cualquier organización no lo haya hecho por méritos propios. Si está ahí, en general, es por algo que tiene que ver con competencias muy bien desarrolladas y que son de aplicación general. Lo que no quiere decir que no haya gente que haya utilizado métodos poco nobles, en general minoría.
En las organizaciones jerarquizadas se tiende a encumbrar a las personas arrogantes, no a aquellas que destacan por su humildad. Y eso está impecablemente explicado en el artículo de la Harvard Business Review “Why do so many incompetent men become leaders?”
Tendemos a valorar positivamente al arrogante frente al humilde. Y cuando el arrogante alimento su ego a base del humilde, hasta aplaudimos para terminar de encumbrar al que no toca y terminar de hundir al otro.