7:55 de la mañana Carmen, administrativa del departamento de ingeniería, me adelanta una vez más en la carretera de Reus a Valls jugándose el tipo, a 120 por hora con su Golf GTI rojo, en una estrecha carretera comarcal, sobrepasando la línea continua y apurando hasta la siguiente curva. Llegaba tarde y corría el riesgo de perder el bonus mensual de puntualidad. Yo ya lo había perdido, así que me daba lo mismo.
En la última reunión del Club Abat de Directores de RRHH -promovido por Improva- concluimos que este tipo de comportamientos tienden a desaparecer. Los empleados defienden cada vez más “a capa y espada” su derecho a un horario digno. Las nuevas generaciones vienen con nuevos valores, que subrayan la libertad de horarios y la disponibilidad para las aficiones. Son capaces de no ir a trabajar un día –con sanción salarial, claro- para dormir la resaca después de las fiestas del barrio, o rechazar un cargo de prestigio para poder llegar a cenar en familia.
La realidad del horario laboral español está llena de paradojas, mitos, y engaños colectivos e individuales. Empezamos pronto y acabamos tarde. Tenemos por bandera la calidad de vida mediterránea, pero batimos records mundiales de estrés. Hablamos de conciliación, pero alargamos con extraescolares la subcontrata de nuestros hijos a terceros. Nos movemos entre el paradigma anquilosado de la presencialidad -más horas que un reloj- y los nuevos valores de calidad de vida y trabajar por objetivos. Patéticamente: pasamos más horas que nadie, y logramos menos que la mayoría.
Partiendo de una macroencuesta de hábitos personales se puede definir el perfil tipo actual
1. Nos levantamos a las 7 de la mañana
2. Dormimos 6 horas y media
3. Entramos a trabajar a las 8
4. Comemos en poco más de media hora.
5. No recogemos a los niños del colegio a las 5
6. Salimos de trabajar a las 7
7. Llegamos a casa cerca de las 8
8. No nos acostamos antes de las 12
Queda poco ya del tópico entrar a la oficina a partir de las 9, leer tranquilamente el periódico, la cervecita de media mañana, o la mundialmente famosa comida de dos horas con “café, copa y puro”. Fumar está prohibido y la copa de coñac es pura arqueología –y también está prohibida. Solo nos queda el café, y el Cámara Café a las 10 de la noche. Y para cerrar el cuadro, emerge sin vergüenza en nuestras oficinas todo un nuevo símbolo: el tupperware.
La verdad es que vivimos agotados. Y nos vemos obligados a trabajar muchas horas, para poder pagar el gimnasio y el psicólogo que necesitamos para poder hacer frente a tanto trabajo. Nos acostamos tarde, nos levantamos temprano: dormimos poco. Seguimos lo que irónicamente se ha llamado Horario Religioso: entrar cuando Dios manda y salir cuando Dios quiera.
Carl Honoré, conocido por su libro Elogio de la Lentitud, acaba de publicar un nuevo y punzante ensayo “Bajo Presión”, que analiza crudamente la vida sobreexigente a la que sometemos a niños y adolescentes (clases, deberes, exámenes, notas, idiomas, deportes...). Leyéndolo nos damos cuenta del carácter diabólico de los ritmos escolares, en perfecta sintonía con nuestros ritmos laborales.
Ante tanto desatino colectivo –que todos criticamos a nivel individual- tienen todo el sentido iniciativas como el Congreso Nacional para la Racionalización de los Horarios, que preside Ignacio Buqueras. Aquí están algunas experiencias aleccionadoras, comentadas en nuestro debate.
· IBERDROLA ha implantado el horario intensivo (7.30 - 15.30 horas) para el grueso de la plantilla (9.000) durante todo el año. Y parece que el servicio no se ha visto afectado negativamente.
· En NISSAN se eliminó el control formal de presencia; se llegaban a formar colas de hasta 20 minutos ante el marcador esperando la hora sólo para fichar. No es la máquina quién controla realmente el horario del trabajador, si no el mando directo cuando exige –por ejemplo- estar en una reunión a las 6 de la mañana cada día.
· Y en otra importante multinacional del sector químico en este caso, el director general ha creado la cultura que las reuniones nunca rebasen las 5.30 de la tarde. Y jugando con la hora de entrada y el tiempo dedicado a la comida, los empleados pueden llegar a casa dos horas antes.
Después de todo –como en todo- es el ejemplo de la Dirección General lo que crea los hábitos horarios: una simple mirada incriminatoria, echa por tierra cualquier medida de conciliación definida en convenio. Aunque sea ya la hora oficial, si nadie de mi categoría se va, tampoco me voy yo.
Hace unos días encontré a un Director General de una compañía en crisis (como todas) que ante la tesitura de prescindir del 10% de la plantilla, ofreció al equipo recortar el horario laboral en un 7%, pasando a horario intensivo de 8 a 15h. La aceptación fue masiva, el equipo optó por ser solidario y mejorar su calidad de vida.
Salir del ciclo de horario infernal en que estamos metidos quizá no es tan difícil, depende básicamente de creérselo e intentarlo: Yes We Can. Aprender a vivir sencillamente y con calma es una gran lección de estos tiempos de cambio (en griego crisis) que estamos viviendo. Hay que promover actitudes como el “decir basta” cuando se pasa cierta hora, cortar las conversaciones con un “seguimos mañana” -siempre que se quiere agotar el tema, se agota a las personas. Por eso nosotros lo dejamos aquí también.
AUTOR: Gabriel Ginebra Serrabou