Objetivo: maximizar resultados.

Nos encontramos ante una encrucijada en nuestra organización y debemos tomar una decisión. La tomamos, como no podía ser de otra manera, y vemos qué ocurre. Aparentemente los resultados son buenos y extraemos, como tampoco podía ser de otra forma, que la decisión ha sido acertada. ¿Hasta aquí todos de acuerdo? Pues no.

Tendemos a pensar que las decisiones correctas generan resultados positivos y las decisiones incorrectas resultados negativos, pero eso es sólo un espejismo que produce nuestra mente para satisfacer nuestro ego, y que proviene, por un lado de la búsqueda de ratificación a nuestra actuación previa, y por otro de nuestra incapacidad para medir los resultados y consecuencias de nuestras acciones.

La primera de las razones es difícil de combatir, pues de forma inconsciente siempre vamos a intentar justificar nuestras actuaciones. La mejor forma de evitar este tipo de sesgo es rodearse de buenos profesionales y estar abierto a las críticas constructivas.

En cuanto a nuestra incapacidad de medir resultados y consecuencias, no se trata tanto de una incapacidad material, sino más bien de una incapacidad autoproducida por nuestra falta de visión:

  • Evaluamos nuestras decisiones únicamente desde la perspectiva parcial de un subsistema, perdiendo la perspectiva sobre el conjunto del sistema. De esto hablábamos en nuestro anterior post en Improsofía (Rompiendo Silos). En resumen, nos centramos tanto en el sistema de medida que este se convierte en el objetivo, perdiendo por completo el objetivo real.

  • Evaluamos nuestras decisiones a corto plazo, perdiendo de vista las consecuencias a medio-largo plazo. Por lo general toda organización busca resultados a corto plazo, tanto para bien como para mal, y se da en muchas ocasiones el fenómeno de que las consecuencias positivas-negativas se encuentren invertidas en el corto-largo plazo.


elección

Juan Antonio Pérez López lo describió a la perfección, en su Teoría de las Organizaciones, destacando la capacidad del agente en un “sistema libremente adaptable” de aprender tanto positiva como negativamente de la experiencia, independientemente de su resultado positivo o negativo.

Huyendo de la interpretación mecanicista de la acción, los resultados de cualquier interacción no son exclusivamente externos, sino que repercuten al sujeto aumentando o disminuyendo la riqueza y la experiencia que este posee.

En definitiva, efectivamente se adquiere un aprendizaje por la mera acción, pero este no necesariamente es positivo. Siendo conscientes de esto debería ser relativamente sencillo filtrar las malas costumbres adquiridas. ¿No creéis?

En una sociedad excesivamente centrada en el individuo , ultrapoblada de narcisistas y con un cortoplacismo rampante, entender las teorías de Juan Antonio Pérez López nos puede abrir los ojos a una perspectiva de futuro poco halagüeña. ¿Lo hacemos así?

Fernando Gastón

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