Todas las empresas se enfrentan, con mayor o menor frecuencia a “crisis” imprevistas. Situaciones no deseadas que sobrevienen en el día a día de actividad empresarial. Y, lógicamente, salen adelante o desaparecen en el intento.
Las empresas pueden ser mas o menos eficaces en la gestión de estas crisis. Ponen en el “asador” sus mejores y más versátiles recursos con objeto de minimizar los efectos. Están las excelentes, que no por serlo dejan de dar patinazos, y están las mas humildes que hacen lo que pueden para sacar la cabeza del agua y respirar.
Resiliencia, sí, pero con compañeros de viaje más y mejor (y digo esto porque este post lo he elaborado aprovechando las ideas del equipo de Improva, al que pertenezco).
Sin medias tintas, estamos en modo supervivencia. Todos, personas y organizaciones. Nadie imaginábamos este escenario, aunque ahora a todos nos sale el “Capitan A Posteriori” que llevamos dentro. No tocan reproches, toca remar. Mirar hacia atrás es perder el tiempo, avanzar es necesario.
Buscando abaratar la compra de caucho, Henry Ford pensó que sería una buena idea crear Fordlandia en Brasil y crear plantaciones de caucho. El caucho venía del este asiático y en aquellos tiempos eso era demasiado lejos. A Ford, un señor para el que la eficiencia era fundamental, le debía desesperar ver a los trabajadores andando por la selva en la búsqueda de los árboles de caucho que se encontraban dispersos y eran de difícil y costosa explotación.
La intuitiva y casi evidente idea de juntar los dispersos árboles entre sí para facilitar su explotación es lo que trajo la desgracia. Que los árboles estuviesen desconectados era los que les protegía los unos de los otros. Un parásito podía contagiar un árbol pero no todos. Cuando en Brasil se conectaron en una gran plantación, los parásitos pasaban de un árbol a otro con rapidez llevando al traste todos los esfuerzos por mantener la plantación en funcionamiento rentablemente. Finalmente el sueño de Fordlandia sucumbió.
Como en las teorías de sistemas, los humanos tendemos al equilibrio en nuestras vidas. Como individuos puede parecer que nos gustan los retos, pero en la práctica somos adictos a la estabilidad. Buscamos un trabajo estable, una relación estable, una vida estable. Buscamos construir lo que podríamos llamar una zona de confort.
Denominamos zona de confort a esos lugares, situaciones o estados en los que nos sentimos seguros, en los que sentimos que todo está bajo control (nuestra casa, nuestro coche, un fin de semana de vacaciones en un hotel, un paseo romántico con nuestra pareja, etc.). Por supuesto, lo que para unos forma parte de su zona de confort, para otros es tremendamente estresante.
Nos encontramos ante una encrucijada en nuestra organización y debemos tomar una decisión. La tomamos, como no podía ser de otra manera, y vemos qué ocurre. Aparentemente los resultados son buenos y extraemos, como tampoco podía ser de otra forma, que la decisión ha sido acertada. ¿Hasta aquí todos de acuerdo? Pues no.