En consultoría cualquier cambio ya es excelencia, pero el camino de transformación hacia la excelencia real es mucho más profundo y complejo. Los potenciales de mejora, por supuesto, también son espectaculares.
Excelencia en el mundo empresarial es una palabra comodín, como democracia, transparencia o libertad en el ámbito político. Da igual lo que digas antes o después, porque si hay un mínimo de mejora potencial para cualquier organización, ya se habla de excelencia. A menudo esto genera un uso incorrecto del término, como era de esperar.
Lo primero que debemos tener claro es que una empresa es excelente cuando su funcionamiento cotidiano se desarrolla de manera organizada y autónoma, con escasas mermas de información y optimizando al máximo todos sus recursos (materiales o humanos). A la vez tiene definidos planes estratégicos para abordar los diferentes problemas que puedan surgir y los aplica con agilidad y buenos resultados.
Bien, pero la excelencia no es algo que se logre en una tarde. La excelencia es el resultado de una trayectoria de cambios y evolución interna, requiere de un gran nivel de tecnificación y de altos conocimientos de gestión empresarial y, por supuesto, precisa de una gran implicación humana y una cultura corporativa de calado bien arraigada. Roma no se construyó en un día.
A menudo nos encontramos con organizaciones que han oído hablar de excelencia y que creen que van por ese camino. Realmente quieren dirigirse a eso, pero algunas prácticas les empujan en la dirección contraria. Algunos ejemplos de esas prácticas:
La excelencia se consigue trabajando la producción.
Los problemas que los solucionen los encargados.
El personal básico puede asumir pocas responsabilidades.
Cada uno sabe hacer lo que sabe hacer, y no lo cambies de puesto.
La gente no se implica porque su sueldo no está vinculado a resultados.
Podríamos seguir añadiendo clásicos que están arraigados en numerosas organizaciones y que son totalmente falsos. Con un poco de perspectiva uno se dará cuenta, por ejemplo, que el aprendizaje, el progreso, la autonomía, el sentimiento de equipo y el trabajar por un proyecto ambicioso, pueden ser mayores motivaciones que el propio sueldo (siempre habiendo alcanzado un nivel de confort básico, por supuesto).
Pero ahora, amigos, la excelencia ha entrado en una espiral de cambio. Hace pocos años, el que hacía un doctorado tenía trabajo asegurado. Hace algunos años más, el que tenía un título universitario era alguien en la vida. En las organizaciones ocurre exactamente lo mismo. El que aplicaba ciertas prácticas que hoy consideramos básicas, despuntaba en el mercado, pero ahora eso ya no es posible. El camino a la excelencia ya no te hace ser el mejor, sino que te hace estar entre los mejores. Ahora el que hace las cosas bien no adelanta a todos los demás, sino que simplemente no se queda atrás. Esto ocurre, en resumen, porque el despunte en cualquier área se produce no en valores absolutos, sino en valores relativos a la media. Por lo tanto, si tu organización es un proyecto ambicioso, no hay otro camino.
Desde Improva a menudo trabajamos en transformaciones hacia la excelencia. No hay una fórmula mágica, y tampoco hay unas instrucciones detalladas que aplicar siempre. Cada organización parte de unas condiciones diferentes y tiene un potencial de mejora y una velocidad de mejora diferente, pero sí hemos sido capaces de detectar un número de etapas que debemos ir cubriendo para garantizar el progreso de la organización.
Homogeneizar áreas. Esta primera etapa es quizá la más técnica. Buscamos definir procesos, subsanar errores básicos y encauzar todo el colectivo hacia una dirección de crecimiento. Es habitual lograr, en esta etapa, un gran salto de mejora (siempre en función del punto de partida).
Alcanzar excelencia operativa. En esta etapa intermedia trabajamos en afianzar cambios, establecer sistemas de medida y seguimiento interno y, en definitiva, alineamos objetivos de la organización, de las áreas y de las personas.
Alcanzar excelencia adaptativa. En esta última fase la organización se convierte en un organismo vivo que funciona de forma eficiente y cohesionada. Se trabaja su capacidad de adaptación a los imprevistos del entorno y se crea una gran cultura organizativa que implica a todos los integrantes.
Y como suele ocurrir, el reto no es solo realizar una transformación de calado, sino mantenerla. Cada fase que abordamos debe quedar bien afianzada para poder continuar trabajando. De cualquier otra forma habremos invertido una gran cantidad de dinero en implementar algo que veremos desvanecerse a los pocos años.
En definitiva, el camino de transformación hacia la excelencia es largo, pero los resultados bien merecen la pena. Eso sí, para que el cambio tenga lugar es necesario que los grandes actores de la organización crean en él y estén dispuestos a poner la casa patas arriba para lograrlo. Aquí los más atrevidos jugarán siempre con ventaja.