Ante una situación de estrés, tensión y frustración colectiva, se requiere un esfuerzo activo mayor por mantener una actitud y un comportamiento constructivo. No es fácil, pero, si no se hace, nos convertimos en parte del problema.
Hace tres semanas todo era energía, optimismo y apoyo. Colgábamos carteles en nuestra escalera ofreciéndonos a ayudar a nuestros vecinos de alto riesgo, organizábamos agendas con los niños para que fuera divertido, participábamos en las reuniones laborales con ganas, hacíamos planes con amigos a través de Zoom y salíamos al balcón a animar a sanitarios y, en el fondo, a toda nuestra sociedad.
Hoy, en cambio, todo es mala leche, pesimismo y quejas. Colgamos carteles en nuestra escalera amenazando al guarro de nuestro vecino, intentamos que los niños nos dejen en paz, llegamos a las reuniones laborales con ganas de matar, pasamos de quedar con nadie por Zoom y salimos al balcón o bien para amenazar a todo el que pase por la calle sin saber sus razones o bien para reivindicar una resistencia contra un gobierno al que tildamos, sin cortes ni tapujos, de asesinos. ¿Qué ha pasado?
A priori, ante este drástico cambio se me ocurren dos opciones:
Nuestros vecinos son odiosos, nuestros hijos insoportables, nuestros compañeros de trabajo incompetentes, nuestros amigos poco interesantes y nuestro gobierno electo un atajo de basura humana al que nadie en su sano juicio votaría. Todo ello y, lo más importante, no nos habíamos dado cuenta hasta ahora.
El estrés, la ansiedad, la frustración y la incertidumbre nos están pasando factura.
Cuando ordenamos estas ideas, ¿cuál de las dos opciones os parece más probable?
En las últimas semanas, múltiples diarios publicaban noticias sobre cómo el índice de solicitudes de divorcios en Xi’an se había disparado a raíz del confinamiento. Varios de dichos artículos (por ejemplo en El País o en La Vanguardia), afirman que fuentes del registro indican que en múltiples casos las parejas anulaban la solicitud posteriormente o incluso se volvían a casar. No cabe duda de que la convivencia extrema es complicada y que relaciones tóxicas o deficientes pueden volverse insoportables al someterlas a tal nivel de tensión, pero estaréis de acuerdo conmigo en que quizá no es el mejor momento para poder realizar el análisis objetivo necesario para tomar este tipo de decisiones, ¿no?
La frustración es algo que a menudo no aprendemos a gestionar. Están de moda las palabras resiliencia y asertividad como una excusa para poder decir “me da igual” o “no me gusta” sin que otros tengan derecho a molestarse por ello, pero estamos lejos de comportarnos acorde a ello. Por desgracia, se están convirtiendo en palabras prostituidas que acabarán adquiriendo un significado negativo, como coach o mindfulness. Quizá, de cara a gestionar esa frustración, sea buen momento para recuperar algo tan clásico como el estoicismo de Zenón de Citio y reflexionar sobre qué puedo hacer yo en esta situación y centrar mi preocupación en ello.
Practiquemos un poco sobre algunos de los temas que hemos introducido desde una perspectiva algo más lógica y constructiva, ¿os parece?
Nuestros hijos son insoportables:
¿Alguna vez les hemos puesto tantos límites como los que tienen ahora?
¿Tienen actividades suficientes como para ocupar 16 horas del día sin aburrirse terriblemente?
¿Qué estamos haciendo para mejorar su ambiente?
En definitiva, ¿qué estoy haciendo yo para que nuestras dinámicas mejoren?
La gente no tiene vergüenza saliendo a la calle:
¿Sabemos su causa de salida?
¿Conocemos sus circunstancias personales?
¿Tenemos claro que su capacidad de comprensión y visión del mundo es la misma que la nuestra?
¿Qué autoridad tenemos para gritar mil barbaridades a alguien por el balcón?
En mi empresa son unos incompetentes:
¿Son expertos en enfrentarse a esta situación?
¿Conozco qué circunstancias personales está viviendo cada uno?
¿Quizá esté siendo yo parte del problema?
¿Qué puedo hacer para mejorar esta situación?
Y una pregunta que aplica a cualquier área: ¿todo este enfado, frustración y rabia que siento viene de una sola causa contra la que debo actuar con dureza? Porque quizá sea multicausal. Pero sin quizá.
La situación nos pone al límite a nivel personal y quizá muchos nos estemos encontrando ante el mayor reto de nuestras vidas, pero, como en todos nuestros anteriores retos, el estatus emocional que la situación nos genera tiene una enorme componente interna. Os recomiendo en este sentido una charla muy interesante que dio hace unos años nuestro amigo Ramón Nogueras con el título Felicidad: la autoayuda no tiene nada que ver con esto. No os dejéis engañar por la casera producción, el mensaje es realmente esclarecedor.
¿Y qué podemos hacer al respecto? Bueno, no soy un experto en gestión de traumas y tampoco en terapia cognitiva, pero, desde la perspectiva de gestión de personas, la experiencia dice que debemos, en primer lugar, revisar nuestra percepción de la realidad para reducir al máximo la gran montaña de sesgos en los que hemos podido caer en nuestra visceral lectura. Os dejo un repaso de algunos de los sesgos más comunes que escribí hace un tiempo.
¿Realmente este compañero de trabajo lo ha hecho tan mal? ¿Realmente estamos siendo tan lentos en nuestra reacción? ¿Realmente mi vecino es un ser tan ruin? ¿Realmente mi relación es tan horrible? Estas pueden ser algunas de las preguntas por las que empezar, pero siempre teniendo en mente que el objetivo final es responder a una sola pregunta: ¿qué estoy haciendo yo (y qué voy a hacer) para mejorar esta situación?
Me gusta recordarme a mí mismo que, si lo que voy a decir no va a mejorar de ninguna manera una situación, quizá sea mejor no decirlo. Quizá sea mejor decir otra cosa. Creo que este es un buen momento para practicarlo más que nunca. Es un buen momento para sembrar esperanza donde otros solo saben sembrar rabia y para repartir optimismo (realista) a aquellas personas que solas no saben salir de su propio pozo. Y no hablo de coheladas ni chorradas así, hablo de dejar de destruir y empezar a construir.