Con Volkswagen ha saltado la polémica. De repente el mundo entero se ha dado cuenta de que los coches contaminan más allá de lo que las especificaciones indican ¡Vaya sorpresa! No pretendo liberar de culpa a Volkswagen, quien de hecho parece haber ido más allá que sus competidores en esto de que los números oculten la realidad.
Lo que ha pasado es muy sencillo, y pasa en TOOOOOODAS las organizaciones que conozco, absolutamente todas. Así que ver a todo el mundo rasgándose las vestiduras me parece un ejercicio de hipocresía colectiva deleznable. No digo que todas emitan CO2 y NO en exceso, sino que en todas se acaba convirtiendo el indicador utilizado para medir en el objetivo y eso es un gran fallo o una gran cagada, según se mire.
Recuerdo la primera vez que hice un proyecto de consultoría, se trataba de un análisis en una acería: hornos de fundición, colada continua y laminación eran los tres procesos que encadenados acababan produciendo unas enormes bobinas de alambrón (alambre a lo burro). Yo estaba aterrorizado, prácticamente era la primera vez que pisaba una fábrica y al cabo de 3 semanas tenía que estar dándole recomendaciones al director general sobre cómo organizar todo aquello.
No tengo recuerdos especialmente felices de mis tiempos en el colegio, ni de los profesores, ni de las clases ni de los compañeros. Cuando me remonto a mi periodo académico, mis recuerdos son más bien negativos. A los que me conocen les chocará cuando lean esto, ellos me ven como una persona sociable, alegre, positiva y a la que es muy difícil sacar de su situación de equilibrio. No creo que nadie me considere un amargado a pesar de lo que voy a contar.
El otro día, una persona del equipo que acompañaba a un comercial de una compañía para evaluarel funcionamiento del nuevo CRM sobre el terreno, observaba estupefacto como a la voz de “estoy de bajón” empezaba a liarse un porro. Al cabo de unos minutos el comercial era otro, nuevamente “motivado”, había puesto la directa. Pero no le sirvió de nada, el nuevo CRM era dinamita pura a la eficiencia de los equipos comerciales, diseñado a cientos de kilómetros por unos técnicos que jamás se habían tenido que patear la calle, adolecía de todos los fallos que alguien que desconoce la realidad puede cometer. Seguramente al equipo de ingenieros e informáticos que lo habían concebido les gustaría que la realidad se adaptase a lo que ellos pensaban que debía ser un mundo perfecto, pero la realidad no está llena de aristas sino de curvas y recovecos, y cualquier intento de imaginarla sin conocerla fracasa.
Hace poco publicaba Expansión el artículo titulado “Sin jefes todo podría ser mejor” que hablaba sobre holacracy y me ha entrado el pánico. No por el hecho de que sea un jefe y alguien pueda estar pensando en prescindir de mí, sino porque sobre el tema van a empezar a correr ríos de tinta hasta cargarse lo que es conceptualmente maravilloso, como acostumbra a pasar con casi todo lo que se pone de moda en el mundo del management.